Si pudieras hablar con tu yo más joven, ¿qué le dirías? ¿Y a las personas que fueron importantes en tu vida pero que ya fallecieron? ¿Les contarías cómo te marcaron, cómo cambiaste? ¿Les confesarías que te equivocaste o que elegiste un camino que probablemente los decepcionaría?
Estas cartas sin respuesta de McKenzie Wark tienen destinatarias tan íntimas como imaginarias: su yo de la infancia, su hermana mayor, la madre de sus dos hijxs, distintas amantes del pasado y del presente, mujeres trans racializadas que no tuvieron sus mismos privilegios. Incluso hay una carta a Cibeles, la diosa antigua a la que admira contribuyendo a fundar su propia mitología queer. El dispositivo epistolar funciona como espacio de exposición personal y de reflexión sobre las formas inesperadas de un destino opaco y misterioso que nunca aspira a la completitud del ser. Wark revisa quién fue y quién es ahora, luego de haber transicionado como mujer a edad madura. Cambiar tanto su cuerpo como su rol social reestructuró su relación con el mundo, pero además transformó los recuerdos otorgándole un nuevo sentido al pasado. “El yo es (un) otro”, repite como una especie de mantra, abandonando la mirada cis para comprender con otros ojos escenas de su niñez, su compulsión por leer y escribir, sus tempranas convicciones comunistas, la decisión de migrar de Australia a Nueva York, la agridulce realidad de su transición tardía y la alegría de sentirse parte de las comunidades trans de Brooklyn.