El redescubrimiento de J. Rodolfo Wilcock es tan asombroso como inevitable, solo que lo asombroso cuando va de la mano de lo inevitable parece condenado, como la mayoría de las cosas de este mundo, a rutinas de perfecta repetición.
Un centauro que pinta naturalezas muertas oníricas, un oráculo que recorre la ciudad en camioneta, una sociedad de escritores encerrados en un armario y una gallina editora son algunos de los seres que pueblan este volumen y que fortalecen (y debilitan) nuestra conciencia actual de la cultura… El estereoscopio de los solitarios, de 1972, era presentado por su autor como “una novela con setenta personajes principales que no se encuentran jamás”.
Maestro de las apropiaciones sutiles, de las imitaciones que superan el modelo, de la insinuación alusiva y la referencia demoledora, dueño de un estilo ya en este libro inconfundible, Wilcock es el escritor ideal para comenzar una historia de la literatura argentina después de Borges.