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Descripción

“Ser es siempre ser otra cosa”. “Comenzar es algo que siempre se hace por el medio”. “El pensamiento está en contacto con lo que no puede pensar”. La filosofía no es la búsqueda de la claridad sino la vivencia de la confusión, y por eso es arte. Hay un giro estético de la filosofía que no es parte de la moda de ponerle “giro” a cualquier falsa novedad en el pensamiento, sino una transformación que viene de antiguo y que la obra de Gilles Deleuze viene a hacer patente.
Junto a filósofos de la mesita de luz de Deleuze (Nietzsche, Spinoza, Bergson), con películas de vanguardia (Hugo Santiago, Boris Barnet, Dziga Vertov), con escritores de colección (Chateaubriand), incluso con tecnologías hoy caducas (¿se acuerdan del CD-ROM?), François Zourabichvili despliega una experiencia estética del pensamiento ya esbozada en El arte como juego. “Una filosofía solo es interesante por sus aspectos desconcertantes, a la vez extraños y atractivos”. O: “Las palabras hacen brillar a las cosas. No existen las palabras y las cosas, sino palabras que son siempre, de entrada, palabras-cosas”.
Las palabras-cosas conforman la literalidad, el punto de anclaje de la experimentación, así como la metáfora lo es para la interpretación. He aquí, entonces, una nueva imagen para la filosofía y para la estética, para la estética en cuanto que es la filosofía misma, que se establece una diferencia con la vida sin hacer desembocar esa aventura en la trascendencia. En estas páginas, Zourabichvili vive la inmanencia del pensamiento por la que apostó Deleuze. Un cristal hecho de actual y de virtual. Un acontecimiento entendido como “una irreductible coincidencia de excepciones”. Una chance maravillosa de ser “nosotros mismos, pero en la medida en que ya no nos reconocemos”.